Delante de nuestras manos y nuestros ojos, en nuestra profesión y de forma diaria, sentimos la fragilidad de la vida y la cercanía de la muerte. Pero a la vez que la tenemos tan cercana, la creemos distante y alejada de nosotros, hasta que un suceso cercano o una partida de un ser querido, nos recuerda nuestra propia fragilidad. Y, ¿qué pasaría si hoy fuera nuestro último día?, ¿qué haríamos? Precisamente eso debería llevarnos a pensar si hemos amado lo suficiente, si hemos ayudado a quien lo ha requerido, si los momentos que hemos compartidos con nuestros seres queridos han sido gratificantes y suficientes, si diariamente nos hemos despertado y hemos buscado ser felices, y si en la noche nos hemos ido a cama tranquilos y un poco más felices.
Esos son los recuerdos que alimentan nuestra alma en el día a día, sin actividades extraordinarias sino con la sencillez de cada momento que se viva en plenitud, ahogándonos en abrazos, en conversaciones cálidas y sin afanes, llenándonos de perdones, de recuerdos imperecederos y de sonrisas que nos harán estar siempre vivos. Cada uno de nuestros actos debe reflejar la alegría de estar vivos y a la vez ir dejando la impronta en los otros de la bendición de nuestra existencia.
“Vive como si no fueras a morir nunca, actúa como si fueras a morir mañana” (Lin Yutang)