Juan tiene 45 años, una esposa amorosa y un hijo pequeño, además de un próspero negocio, pero lo que hoy es un retrato de estabilidad, no siempre fue así. A los cuatro años fue diagnosticado con una enfermedad cerebral conocida como epilepsia.
Esta condición hizo que Juan no se sintiera libre, tenía constantes episodios en los que perdía súbitamente la conciencia en el momento menos esperado y en cualquier lugar, por lo que estaba limitado para realizar gran cantidad de actividades físicas: montar en bicicleta, patinar, nadar o practicar deportes al aire libre, eran cosas negadas para él, ya que podrían implicar un accidente grave.
Nuestro cerebro funciona con electricidad y aunque no siempre lo percibimos, a cada instante señales eléctricas van de un lado a otro entre neuronas, cuando esa comunicación falla se crea entre las células algo parecido a descargas eléctricas que pueden generar una especie de corto y originan las crisis convulsivas. Estas crisis estaban presentes en la vida de Juan, por lo que en el colegio sus compañeros lo hacían a un lado, les resultaba amenazante que de un momento a otro él pudiera caer a sus pies como poseído por un espíritu maligno, ya que los ataques de epilepsia pueden variar en cada paciente, desde los más leves hasta los más severos, en los que la persona se golpea y convulsiona fuertemente. Las crisis de epilepsia no tienen manera de ser controladas una vez comienzan y el paciente tampoco puede predecirlas.
Durante la adolescencia y en la edad adulta su calidad de vida no mejoraba. Encontrar un empleo con su diagnóstico nunca fue sencillo y era despedido constantemente debido a las crisis que se le presentaban. También, lo agobiaba tener que tomar una gran cantidad de medicamentos anticonvulsivantes recetados por los diferentes especialistas a los que acudía para realizarse exámenes cerebrales, que no tenían mayor éxito que el de las reacciones secundarias que le producían: sueño, gastritis, temblor y náuseas.
Los medicamentos ayudan a una gran mayoría de pacientes epilépticos a llevar una vida más estable y con calidad, pero este no era el caso de Juan, ya que los fármacos, incluso combinados, no conseguían controlar su condición.
Cuando cumplió 32 años, Juan consultó con un nuevo especialista e ingresó a un grupo de epilépticos para los que los medicamentos no eran eficaces, pasó por un proceso en el cual la junta médica y los estudios adecuados determinarían que una cirugía segura y un tratamiento de control le ayudarían. Luego de cuatro horas de cirugía y cuidados posteriores, Juan fue operado. Hoy su mejoría es una gran motivación para otras personas que están en una situación similar. Juan lleva una vida estable en la que puede jugar con su hijo y realizar actividades como conducir o ver televisión, que antes no podía hacer debido a su diagnóstico.
El protagonista de nuestra historia puede ser una persona cercana a usted, que necesita además de su apoyo y comprensión, un tratamiento especial para su condición y una oportunidad para un cambio de vida posible.
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