Para el cuidado de la salud mental trabajamos bajo la premisa de que siempre hay red de apoyo, es decir, las personas están involucradas en redes afectivas primarias, con grado o no de consanguinidad, y cada uno de estos grupos cuenta con recursos únicos que pone en marcha frente a factores que causan estrés, por lo que cada organización familiar tiene formas de resistir la adversidad.
Es así como, en este trabajo conjunto, la crisis será vista como el estado de desequilibrio que surge cuando la naturaleza (situaciones difíciles en la cotidianidad) o el número de demandas (en las relaciones, trabajo, proyectos) exceden las capacidades existentes en las familias, seguido de un periodo de ajuste donde podrán ver la estabilidad y los cambios serán menores afrontando las demandas con las capacidades existentes, finalizando con un periodo de adaptación donde las personas y /o familias restauran el equilibrio adquiriendo nuevos recursos, desarrollando nuevas conductas de afrontamiento y reduciendo las demandas, cambiando así la visión de la situación aunque está continúe siendo igual.
La ilusión de control es un esquema mental que permite que asumamos que tenemos poder sobre lo que sucede de manera cotidiana, es una renuncia a la posibilidad del caos y una garantía que nos ofrecemos a nosotros mismos de que las cosas planeadas pasarán y dependemos solo de nuestra voluntad para que sucedan. Todos funcionamos, predeterminadamente, bajo ese paradigma. Este esquema es sano (nos ofrece tranquilidad y comodidad), y si se comparte sirve para funcionar de manera armónica y nos permite planear y contar con que dichos planes se llevarán a cabo, sin embargo, nos separa radicalmente de la realidad del caos, nos da la falsa impresión de que ejercemos control sobre los hechos.
Romper esa ilusión de control nos lleva a aceptar que el futuro no es predecible y que por lo tanto, prepararse para ese futuro es de manera equivalente razonable e irrazonable. Aceptar que no conocemos lo que va a suceder y que no podemos controlarlo, conlleva a recibir con humildad el desempeño en medio del desconocimiento.
Los cambios, dentro de este orden de ideas, resultan siendo portadores inevitables de incertidumbre, no conocemos los resultados y por lo tanto quedamos desprotegidos ante el caos; lo que no aceptamos es que así vivimos de forma permanente. El cambio es un estado constante en la vida actual, cambia lo externo (los gobiernos, la salud mundial, el pico y placa, el clima) y cambia lo interno a diario (nuestra salud, la familia, las relaciones con los demás, nuestras posturas). Vivimos sumergidos en el cambio, donde muchas veces sin habernos adaptado a la transformación, llegan otras transiciones inesperadas, que únicamente queda la opción de abrazarlas y convivir con ellas.
La lucha contra esta incertidumbre es la que puede generarnos síntomas de ansiedad y depresión. Pretender tener control sobre lo que va a suceder o poder modificar algo que sucedió, son los motores de estos tipos de síntomas. La rumiación constante sobre lo que es y lo que será, anticiparse o asumir que los desenlaces serán contrarios a lo deseado, son los principales provocadores de llevar una adaptación inadecuada frente a la incertidumbre.
Históricamente nos hemos convencido de que la planeación y la preparación constante son la mejor forma de protegernos de lo incierto, sin embargo, aceptar el escaso control, llenarnos de valentía y abrazar el hecho de que no dominamos nada ni a nadie, tendrá inevitablemente un acercamiento a la tranquilidad. Planear desde la posibilidad del caos, entender que lo que planeamos está sometido a lo incierto y que lo que acordamos con otros es permanentemente vulnerable, permitirá una gestión adecuada de los miedos.
Aceptando dicho enfoque frente a la incertidumbre, buscando estrategias para darle mejor manejo y con el interés de hacernos partícipes como hospital de las políticas públicas sobre familia brindamos algunas pautas de cuidado familiar en tiempos de incertidumbre:
Cuidado de sí mismo.
Aceptación radical de la situación problema.
Reducir exigencias relacionadas con el desempeño.
Amabilidad y validación consigo mismo.
Flexibilizar estándares.
Establecer objetivos y metas del día a día.
Prácticas espirituales.
Tomar tiempo libre y de ocio.
Cuando la situación aparece o se siente desbordada e interfiere con el desarrollo de las actividades cotidianas, y si incluso existe pérdida de la funcionalidad, es importante reconocer y aceptar la necesidad de acudir a un profesional en salud mental, psicología, psiquiatría y/o terapeuta de familia e iniciar tratamiento.
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